domingo, 27 de mayo de 2012

JÓVENES PSICÓPATAS

26 Mayo 2012

Destacado: “Por duro que resulte, la acción de la ley es ahora necesaria, y quizás uno de los pocos recursos efectivos”

Un menor propinó el martes una brutal paliza a su padre en Valencia porque le regañó por regresar a casa más tarde de las doce de la noche. La víctima necesitó un gran número de puntos de sutura en la cara para cerrar una herida causada por los puñetazos de su violento hijo. El joven procede de Colombia, y su madre, al regresar a su país, le dejó el hijo a su padre porque pensaba que él podría enderezarlo. Pero no, este hombre —físicamente más potente que su hijo que cuenta con sólo 14 años— no puede imponerse sobre él, no le atemoriza lo suficiente. Esto es normal si el chico presenta rasgos propios de la psicopatía juvenil: la fiscalía de menores ya lo conoce, porque previamente en una pelea en una discoteca había sido objeto de un apuñalamiento, y ya en Colombia había protagonizado otras trifulcas.

¿Existen los psicópatas menores de edad? Cada vez más la ciencia señala que sí, que aunque tenemos que tener cuidado con ese término (porque tiene un componente claramente negativo), evitar los diagnósticos y cerrar los ojos nos lleva a un camino peor, el de no hacer nada y evitar tomar medidas adecuadas de tratamiento que podrían impedir el desarrollo de la violencia que pueden realizar estos chicos cuando llegan a la edad adulta.

Algunos de los niños que golpean a sus padres tienen los rasgos esenciales de ese trastorno: una falta clamorosa de empatía y culpa, una dificultad grande para sentirse atemorizados por el castigo, y una hiperfocalización en el logro de sus metas, de tal modo que reaccionan con gran frustración ante las órdenes o normas que les impiden obtener lo que desean al instante. Los padres que tienen hijos así no pueden corregir esa conducta por sus propios medios. Es un problema de personalidad y de comportamiento. No deben tener miedo a denunciar, pues por desgracia estos chicos no son amigos de acudir a psiquiatras o psicólogos y renuncian a toda ayuda proveniente del exterior.

Si la violencia no es grave y el joven mantiene un mínimo vínculo afectivo con sus padres, éstos pueden —siempre con orientación especializada— movilizar a su familia para que, unida, intenten modificar ese patrón recurrente e inexorable de la toma del poder del hogar por parte del hijo, que es la finalidad última que persigue. Pero si los padres no cuentan con ese apoyo familiar o ellos mismos se hallan solos todo es mucho más difícil, y claramente insoportable si la violencia es frecuente. En estos casos hay que denunciar. Por duro que resulte, la acción de la ley es ahora necesaria, y quizás uno de los pocos recursos efectivos. Los padres no lo han de vivir como un fracaso personal; la psicopatía tiene claras raíces en el temperamento innato, y este no lo eligen los padres.